lunes, 25 de febrero de 2008

Memorias de juventud

Solía contarle su vida a todo el que se dejaba. No porque en su vida hubiera habido algo en particular, puesto que nada de ello podía presumirse. No había hecho nada extraordinario en su vida, ni se le conocía ningún percance fuera de lo normal. Lo más destacable que había en ella es que su madre no debió quedarse embarazada de él, puesto que hacía un mes escaso que había dado a luz. Contaba su vida porque le gustaba darle gusto a la sin hueso. Afortunadamente, no era de esos que dicen que recuerdan sus cuatro o cinco vidas anteriores, porque no cabe duda de que las hubiera contado todas. El señor, en su infinita misericordia, no nos manda males mayores de lo que podemos soportar.
Él estudiaba medicina en Valencia y, a menudo, cuando encontraba una farola a su paso, hacía la bandera. No sólo ejercitaba la lengua, sino también practicaba el culturismo. Solía entrar en las pastelerías a comerse algún pastel, no le faltaba el dinero. Y siempre me estaba incordiando para que me dejara de fumar, algo que por aquel entonces yo estaba muy lejos de plantearme. Le desafiaba a que si él dejaba de comer pasteles yo dejaría de fumar, y ahí se terminaba todo.
A principio de cada curso, cuando tomaba posesión de la casa que había alquilado junto con otros estudiantes, se abalanzaba hacia la mejor habitación y luego se vanagloriaba de ello. Había elegido la carrera de medicina porque su madre le decía que en los pueblos la gente procura llevarse bien con el médico. De modo que un día acabó su carrera y se fue a ejercer de médico y disputarle la primacía en el pueblo al alcalde, al cura y al maestro. Fue cuando lo perdí de vista. Ahora tendrá más cosas que contar…

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