lunes, 4 de enero de 2010

MONODIÁLOGOS DE UN NOTARIO Y UN CONCEPTO DE VERDAD NOTARIAL

“A la memoria de ARTURO MARTINEZ TRIGUEROS, Escribano de
la Ciudad de Córdoba, que sigue dando fe en algún lucero vagabundo”.




MONODIALOGOS DE UN NOTARIO

Y UN CONCEPTO DE VERDAD NOTARIAL *


Por el Escribano Francisco Javier Guardiola




I- MONODIALOGOS DE UN NOTARIO.



El Notariado mendocino vive quizás, su más aciaga hora. Bajo el signo de la desregulación profesional, se avizora su paulatino esguince funcional. La circunstancia histórica de esta profesión que encarna una de las funciones públicas más antiguas, es por demás difícil, llegando el final de este siglo que se despide, como solicitando una disculpa ejemplar, casi derrotado, luego de haber iniciado sus primeros pasos con soberbia, candidez y optimismo leibnizianos. Es que el siglo veinte y su hombre, se hicieron como de prisa, sin conciencia de pasado, con la exigencia de derechos y sin la consideración de deber alguno. Ese hombre es un hombre que nada agradece y solo reclama por sus derechos, dice Ortega. El Notario de nuestros días tampoco ha podido escapar a esta expresión, y en el interrogante humilde de su necesariedad, deberá buscar tal vez el sentido de su existencia, su destino.

Existir significa tenderse desde el aquí y ahora hacia alguna de las posibilidades futuras que tenemos, hacia nuestro poder ser. Es estar lanzado en la absorción del tiempo, con la obligación de optar por alguna de esas posibilidades futuras que en cada instante se nos presentan. Se decide en un marco de libertad establecido entre paredes naturales, racionales y pasionales, pero siempre se está en permanente obligación de decidir. A esto no se renuncia, pues el renunciamiento mismo ya es toda una elección.

Prisionero en esta arcadía, intentaré un monodiálogo de asuntos notariales, una experiencia especulativa acerca de lo notarial, y de la verdad como tema central de nuestra función pública.

Comenzaremos preguntando: ¿Por que es el ente y no más bien la nada? Se trata de la más antigua de las preguntas que se hace el hombre -en un preguntar menos académico- desde que empezó a razonar entre sombras y laberintos existenciales. Es la pregunta que en el siglo veinte remozó, reformulándola, un pensador de nuestro tiempo, que fue Martín Heidegger, al iniciar su “Introducción a la Metafísica” Es la pregunta por la existencia, con la que a veces nos dormimos y con la que al despertarnos, aparece más nueva aún, como si nunca la hubiéramos hecho. Se trata de una verdadera pregunta, porque no tiene respuesta; y si la tiene, en el fondo del alma, en los suburbios del corazón, o entre los sordos ruidos de la razón, en los oscuros confines de la inteligencia, allí, donde ha hecho nido la duda que nos anonada, no la cartesiana, no la duda como sistema que conoce de antemano los resultados, sino la que genera la angustia de razón, pero de razón pasional o de pasión racional, allí –decía- se desdibuja la certeza de cualquier respuesta.

El escribano, como todo mortal, ha de interrogarse así alguna vez. Pero con seguridad que todo escribano, desde su porte de escribano, se ha preguntado muchas veces: ¿Por qué hay escribano y no más bien nada?

Explicar su existencia a través de la historia nada más, sería pereza mental, como decir “porque sí”.Explicar su NO-NADIDAD, su estar aquí y ahora y desde inmemoriales tiempos, en el capricho de las leyes que han dispuesto su realidad, o en la delegación de función que hace el Estado, sería encontrar una respuesta de dogma, de simple catecismo histórico funcional, casi una tautología argumental. Pensar que su existencia tiene origen en la voluntad divina, además de un desvarío, sería tan solo una cuestión de fe. Pero sostener que se trata de un marco de referencias acerca de la VERDAD en un mundo de verdades relativas o simplemente, en un mundo de relatividades, es toda una abstracción que nos aproxima, pero nos deja un sinsabor que nos sumerge nuevamente en la pregunta primigenia, sin que hayamos siquiera probado algo del sabor ontológico de su respuesta.

No seré yo quien responda a tremendo interrogante, cuando por siglos, pensadores, jurisconsultos, doctrinarios de renombre y filósofos del derecho, lo han logrado en el mejor de los casos, con parcial éxito. Contestarlo sería una empresa imposible, una imposible hazaña. Así pues, me limitaré a reflexionar en austero monodiálogo, una introducción a aquellos laberintos intelectuales llenos de sombras y procuraré tan solo murmurar, en agónico murmullo, no ya las respuestas, sino las preguntas que me surgieren mi diario vivir de escribano.

Cuando un notario nace al mundo de lo notarial, esto es, desde el momento en que se lo inviste de la función notarial, desde la puesta en el cargo de funcionario público, de Notario titular o adscripto a un Registro de Instrumentos Públicos otorgado por el Estado, ha comenzado su itinerario fedante y junto con él, un sin número de situaciones de vida que no merodeaban en su imaginación al prepararse en los claustros universitarios.

Es que no solo se verá frente a una montaña de papeles sin más sentido que el que cada oficina de la administración del Estado quiera darle. No solo se enfrentará ante la incomprensión de algún requirente se sus servicios, que se niega a pagar los honorarios de un acta que al final resultó inútil en la estrategia de algún juicio perdido. No solamente verá planos, estudios de títulos, testimonios de viejas escrituras y minutas sobre su escritorio. No siempre tendrá que correr hacia los organismos impositivos a cancelar retenciones fiscales. No habrá de tener todos los días un disgusto con un agente inmobiliario o con un abogado más astuto que él.

También y sobre todo, será parte de su rutina, el paso ante sus ojos y su pluma, del acto generoso de un padre que anticipa bienes a sus hijos, o el de un anciano que dicta su testamento a favor de la compañera de toda la vida o de la concubina de sus últimas y penosas horas. Verá la venta de un bien que resulta indispensable a su vendedor para solucionar con su producido un apremio económico, o un problema de salud. Pasan ante él los sueños empresariales de una persona de futuro y empuje y el recelo de unos hermanos que ensombrecieron su afecto fraternal al dividir mezquinamente una herencia. Verá la candidez de una anciana que renuncia al usufructo de su casa porque su hijo se lo exige. Y será testigo así, de la bondad, la piedad, la angustia, la alegría, la miseria y la inocencia del ser humano. Al Escribano le confiamos no solo aquellos momentos más solemnes de nuestras vidas, sino también los más profundos, los que llevan más vida. La lista de estos sentimientos autorizados por instrumentos públicos, es imposible de enumerar. No es de orden taxativo, diría un formado profesor de derecho. Su esquematización le va en zaga a la realidad diaria.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho hasta aquí, todo escribano ha de interrogarse alguna vez con la pregunta con la que inicié estas reflexiones: ¿Por qué hay escribano y no más bien nada?

El niño que nace lleva consigo toda la vejez genética del universo, ya que sin esa vejez no hubiera sido posible su presencia. Crecerá además con toda la vejez cultural del Universo. Finalmente en la fugacidad de su vida, terminará él de crearse a sí mismo. En un mirar optimista de la vida, terminará de hacerse un alma para sí y para los demás, y en esa alma, si hablamos de un escribano, extenderá su trascendencia notarial. El Escribano que nace, aún sin la experiencia propia en el oficio, nace con una pesada cultura y una ancestral responsabilidad sobre sus sienes y su letra. Esto debe entenderse desde el inicio, pues no habrá notario sin cultura notarial, y no habrá notario sin la conciencia de que lo notarial tiene su fundamento necesario en la ciencia de los deberes, esto es, en la Deontología, aunque hablemos de deberes relativos o simplemente de deberes sociales. El compromiso debe ser siempre con el futuro, pero es el pasado quien nos condena hacia lo irremediable, hacia adelante.

Y así viene aquello de la fe pública, que es una función que se ocupa de fortalecer, con una presunción de verdad, los hechos y actos privados y extrajudiciales que tienen relevancia jurídica. Estos hechos y actos, luego de pasar ante el notario, adquirirán autenticidad. Esto, en impecable ortodoxia doctrinaria.

Pero en rigor racional, se trata de una ficción más de la organización social para hacer posible la convivencia. Robinson Crusoe, antes de encontrar al joven Viernes, no precisaba el derecho, y no necesitaba de un escribano para su cotidianeidad. Es que este singular druida civil que es el notario, parece tener su lugar, su importancia y su justificación existencial, solamente en el enjambre social. Se trata de una función necesaria, de una idea humana para sostener la seriedad y el orden en las relaciones jurídicas. Esta ficción, actúa siempre en y para la armonía y paz jurídicas, a pesar de que lo natural no solo es la armonía y la paz, sino también el desorden y la controversia, el caos y la guerra. Seriedad y orden, que la naturaleza no siempre concibe. Por eso el Notario, “antinatura”, emerge como un signo distintivo de la razón que se resiste al instinto.

El notario, por fin, sale en cada acto sobre el cual da fe, al encuentro de la naturaleza, de la realidad, dándole forma, tipificándola jurídicamente, cristalizándola en el protocolo, y haciéndola así trascender en la palabra escrita, para superar inclusive su propia vida, y sobreponerse tal vez a los siglos. El notario escribe la historia silenciosa de los hombres, de los pueblos y de las ciudades, ayudando a construir en forma indiscutible un capítulo de lo que se llama la INTROHISTORIA, que es la historia por dentro, la historia viva, la que a fuer de ser cotidiana constituye el encadenamiento de hechos y razones que forman la historia toda, con los odios, los amores, las mentiras, las pasiones o las pequeñas acciones que motivan los hechos históricos relevantes.

Al ver de este modo las cosas, se nos presenta el notario como un individuo sobre el que las responsabilidades parecieran tener un peso singular: en el sentido de su significación social, quedará sumergido en el compromiso ineludible de ser un SOPORTE DE TRADICIÓN.




II- UN CONCEPTO DE VERDAD NOTARIAL.


Queda Mucho para decir sobre aquello que hace que el escribano sea escribano, es decir, lo que constituye su esencia. Yo solo diré algo. Me refiero al concepto de Verdad.

“..Pilatos le replicó: ¿Qué es la verdad?...” (S. Juan Cap. XVIII). El representante del Cesar no esperó la respuesta de Jesús de Nazaret o éste no la quiso dar. Con su silencio, el Maestro, para muchos todo un Dios, no solamente no nos dijo un concepto de verdad, sino que nos privó de saber si había o no un concepto universal de verdad como entidad diferente a cada una de las verdades. ¿Será que no existe una verdad tal, o un concepto de verdad tal? Creo que Pilatos preguntaba filosóficamente, como que era un hombre formado en la cultura greco-romana, con criteriosos principios racionales. El humilde en cambio, pensaba en un plano distinto de verdad. ¿Es que hay planos de verdad diferentes? Podemos establecer -como diría un escolástico- que la verdad es lo que se anuncia tal como es, y nosotros agregaremos sin contradecir la clásica opinión: “pero en cada plano de verdad existente” Tendremos que abandonar la búsqueda de un criterio de verdad de verdad de naturaleza universal y abstracta, tan solo por la imposibilidad o por lo dificultoso de su hallazgo.

Nos contentaremos en cambio, con hablar de las esferas de verdad. Esferas, órbitas o círculos concéntricos que demarcan diferentes niveles, sin que por ello establezcamos grados de acercamiento a una verdad universal. Así veremos una verdad revelada en el plano religioso, una verdad filosófica en el especulativo, una científica en la ciencia, o una verdad en el arte, y cada una con sus subesferas. Kierkeegard vocifera que la verdad es subjetiva, con aquello de “solo la verdad que edifica es verdad para ti” y Hegel dirá que no solamente es objetiva sino que podemos alcanzarla por la razón. Antes, mucho antes, en tiempos socráticos, los sofistas Gorgias y Protágoras hablaron de la relatividad del conocimiento, de la verdad y la moral, circunscribiendo su eficacia a una relación de tiempos, espacios y culturas humanas y expresando egregiamente aquello de que “las palabras no son las cosas” Describían y descubrían la incomunicación y nos daban los fundamentos para una teoría moderna del conocimiento, y en este contexto, le daban un lugar especial y una consideración diferenciada, al lenguaje, y en consecuencia, al lenguaje escrito, como una forma de mitigar quizá, la insuperable incomunicación con que hemos sido arrojados por la naturaleza a la vida. Si, nos estamos aproximando a la esfera notarial de verdad.

Las esferas de verdad producen sus propios criterios de conocimientos, creencias, o maneras de actuar. Cuando entramos en alguna de las esferas propuestas, tenemos que dar por supuestas las afirmaciones que reclaman verdad, tenemos que jugar el juego del lenguaje que hemos elegido jugar. Todos somos partícipes de muchos juegos lingüísticos, y así podemos rechazar o invalidar, unas cuantas normas de un juego lingüísticos particular desde la posición que nos ofrece otro juego lingüístico.

Es posible navegar sin peligro en medio de un círculo concéntrico o esfera de verdad, precisamente cuando uno ha suscrito y aceptado todos los criterios de verdad propuestos por dicho círculo o esfera. Está claro para nuestro entendimiento occidental, que el consenso total, no es ni el criterio de verdad, ni el resultado del conocimiento verdadero, pero tendremos que aceptarlo como ficción para el juego lingüístico y de ficción notarial.

Es que la verdad que hoy nos ocupa es la notarial. Una verdad en la esfera o circulo concéntrico notarial. La verdad pública -verdad al fin- es una verdad enmarcada en la historia, en el derecho positivo, en la conducta humana enjuiciada por una ley, y sobre todo, en la potestad autoritaria del Estado. En esta idea, debo acercarme a un concepto correspondentista de la verdad como lo concibió Nietzsche y luego Foucault, que vieron a la verdad como un arma fabricada por el poder, como ilusiones que hemos olvidado que lo son, como una suma de relaciones humanas realzadas, y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Iremos suavizando esta posición –pero sin perderla de vista- con la afirmación de Gattari cuando expresa que la verdad notarial es propuesta por la normas legales al admitir una sola contra: la argución de falsedad. Es una verdad forzosa, impuesta, coactiva, y el instrumento que construye el notario será un acumulador de esa verdad impuesta.

La verdad notarial es una conveniencia legal y también social. A primera vista el tema parece inquietar. A poco de andar, podemos ver la angustiosa incertidumbre con la que en cada acto fedante debe convivir el notario. En ese momento él quedará solo, con todas sus potestades frente a la verdad. Tendrá que describirla, y creerá hacerlo –para usar un término notarial- en forma fehaciente. Utilizará para ello sus sentidos mayores –la vista y el oído- propuestos como tales arbitrariamente por Mario A. Zinny, para ponerlos al servicio de la razón organizadora. Pero su dramática experiencia consistirá en dudar cuán fiel ha sido su ajuste a la verdad. Su agónico estigma, su estigmatica agonía, será finalmente pronunciar la VERDAD conforme a un acto de convicción, del que nos ocuparemos más adelante.

La razón, a la luz de las últimas reflexiones elaboradas por pensadores de la segunda mitad de este siglo, con prudencia me indica, que no hay observador puro ni objeto observado puro, ya que el observador no vé el objeto que observa, sino el producto de su observación, es decir, un objeto modificado por dicha observación. En este caso, el notario, habrá hecho trascender el producto de su observación, pero no sabemos si la verdad. La coincidencia entonces –parafraseando a Carlos Cossio en su Teoría Egológica- deberá plasmarse en forma intrasubjetiva, esto es, que lo que el notario diga, para que su ministerio sea valido, deberá reflejar lo que él cree que es verdad. Esta verdad no es más que un indiscutido acto de convicción, un acto de fe en su observación, y esa fe, es el resultado de un proceso de interrelación entre su convicción intelectual y la del grupo social donde despliega su función. Este será su límite, hasta aquí desarrollará su función pública, y el Notario que transponga ese límite de verdad propuesto en esta esfera de verdad, el Notario que mienta –en este contexto de fenomenología del conocimiento- no solo producirá un daño en el bolsillo y en el corazón de quien sufre su mentira, sino que repercutirá su acción en perjuicio de todos sus colegas, traicionará el sentido de su permanencia a través de los siglos y engañará a la comunidad que le entregó su confianza, además de ingresar en la tipificación de un delito de acción pública. El Notario que así intervenga, ha calificado negativamente su conducta, ya que el está, por decisión social y por imperio de la ley, munido de fuertes poderes frente a una verdad indefensa. El notario que reproduce la verdad sin fidelidad al criterio propuesto y aceptado por él y por todos, simplemente contradice a esa verdad.

Entre los títulos anunciados de este humilde ensayo, me permití incluir el de un concepto de verdad notarial. Tímidamente arriesgaré uno, por cumplir lo prometido, pero de ninguna manera pretende este trabajo arrojar en vasija de cristal una definición de magisterio, sencillamente porque no podría o no sabría hacerlo, pero sobre todo porque dudo que pueda hallarse tan facilmente. Como corolario de todo lo antes dicho sobre la verdad notarial, puedo pensar y decir que LA VERDAD NOTARIAL ES EL INDISCUTIDO ACTO DE CONVICCIÓN Y FE QUE PRACTICA EL NOTARIO, SOBRE LA OBSERVACIÓN QUE REALIZA EN EL EJERCICIO DE LA FUNCION NOTARIAL, COMO RESULTADO DE UN PROCESO DE INTERRELACION, ENTRE SU CONVICCIÓN INTELECTUAL Y LA DEL GRUPO SOCIAL DONDE DESPLIEGA ESA FUNCION, Y QUE SE MANIFIESTA EN EXPRESIÓN ESCRITA SOBRE EL INSTRUMENTO NOTARIAL.



III- UNA CONCLUSIÓN SENCILLA.

Finalmente, y a modo de conclusión, quiero resaltar que este operador del derecho, documentador y transportador de verdad, en el fenómeno de la mundialización de las relaciones humanas, no necesita acumular títulos de especialista en derecho en una u otra dirección, ni necesita ser un académico de talla para ser un buen escribano, pues si bien es cierto que preservará su función con estudio, con capacitación y especialización para la eficacia y la excelencia, sólo conservará su lugar y perdurará su hora, en la media en que ejerza su ministerio, sin transponer nunca el límite de aquella verdad intra subjetiva.


* Trabajo corregido del que obtuvo 1° puesto en el Concurso “Premio Notariado Mendocino 1999”





















BIBLIOGRAFÍA

CASAS, Manuel Gonzalo. Introducción a la filosofía. Universidad Nacional de Tucumán – Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Ed. Coop. Fondo de Cultura Jurídica-Tucumán.

GARCIA MORENTE, Manuel. Lecciones preliminares de Filosofía E. Losada S.A. 1996 Bs. As.

NIETZSCHE, Friederich. Sobre Verdad y Mentira. O.Compl. Ed. Ariel S.A. 1994. Barcelona

GATARI, Carlos N. Vocabulario Jurídico Notarial. Ed. Depalma 1998, Bs. As.

HEIDEGGER, Marín. Introducción a la Metafísica. Ed. Gedisa 1998 Barcelona.

HELLER, Agnes. Una filosofía de la Historia en fragmentos. Ed. Gedisa. 1999, Barcelona.

RECASENS SICHES, Luis. Tratado General de Filosofía del Derecho. Ed. Porrúas S.A. 1983, México.

SAVATER, Fernando. Las preguntas de la vida. Ed. Ariel S.A. 1999, Barcelona.

VOLTAIRE. Diccionario Filosófico TOMO III. Ed. SOPHOS. 1960, Bs. As.

(Escrito por F. Javier Guardiola)

No hay comentarios: