sábado, 5 de enero de 2013

Un sueño y una flor

He visto una flor y he pensado en Ella. Es curioso el pensamiento humano. Tan pronto se ocupa de asuntos filosóficos, como prácticos, eróticos, matemáticos, poéticos, literarios, románticos, lógicos, o incluso de cosas más simples. Ignoro si hay alguien a salvo de la simpleza.
La siguiente tarea consiste en ponerle cara a ella, pero puesto que la flor se cimbreaba con el viento he pensado en sus andares. ¿Cómo serán?
Recuerdo que una vez, en las cercanías de mi domicilio una joven caminaba con andares de pasarela. Evidentemente, su cuerpo, visto por detrás, su cuerpo el propio de una modelo, pero nada espectacular. Lo que más llamaba la atención de ella era, precisamente, su forma de andar. Ella la tenía ya mecanizada y probablemente no sabe caminar de otro modo. Son movimientos estudiados, pensados para agradar y ensayados muchas veces. Creo que hubiera sido una descortesía no admirar esos andares, pero como es lógico suponer pronto le di alcance y la dejé a mis espaldas, y en mi memoria.
Tiempo después vi a otra joven, a la que en la distancia le calculé una altura que oscilaría entre los 180 y los 185 centímetros, que caminaba con la seguridad de las mujeres que se sienten poderosas. Pero lo que llamaba la atención de ella no era la altura ni la delgadez, sino la velocidad con que se desplazaba, aparentemente sin esfuerzo. Algunas veces he hecho seis kilómetros y medio en una hora. Ella iba ocho o diez metros delante de mí y aceleré el paso para ver si era capaz de alcanzarla. Pero llegó un momento en que ella tomó una dirección distinta de la que tenía que seguir yo, por lo que la perdí de vista. Los designios del Señor son inescrutables, pero en este caso es evidente que no quería que yo terminara con la lengua fuera y los pulmones reventados.
Pero el recuerdo de estas dos jóvenes no había resuelto mi problema, consistente en imaginar los andares de Ella. Pero sí que me sirvieron para descubrir mi deseo que consistía en que fueran menos llamativos aunque armoniosos, rítmicos y, en definitiva, con la elegancia de la sobriedad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vicente, qué bonito relato, qué original.
Marisol