martes, 30 de abril de 2013

El querer o el deber

El dilema que se presenta cuando se desea hacer lo contrario de lo que se debe es más frecuente de lo que parece en un principio. Quizá no sea aventurado decir que la mayor parte de la gente opta siempre o casi siempre por lo que desea hacer.
Otra cosa es que lo reconozca, porque lo habitual es que quien toma una decisión se provee de un arsenal de argumentos a favor. Algunos, ni eso. Y quizá esto último sea lo más honrado. Buscar argumentos en pro de alguna cosa no es un ejercicio muy honrado que digamos. Lo correcto sería indagar acerca de la solución, no elegir primero la solución y buscar luego los caminos que conducen a ella. O sea, lo característico es hacer lo que se quiere y convencerse después de que se ha hecho lo que se debe. El autoengaño es una característica humana de uso frecuente.
Si convenimos en que el poder consiste en hacer lo que uno quiere y la autoridad en ceñirse a lo que es debido, se entiende claramente eso de que el poder tiende a corromper. Cuando uno ejerce la autoridad ocurre que tiene poder sobre sí mismo, puesto que es capaz de resistir la tentación y hacer lo que le corresponde.
A veces, la pugna entre el deber y el deseo es cruel. Puede darse el caso de que esté implicada alguna persona querida, como ocurrió en el caso de Guzmán el Bueno.
Y en estos tiempos en que se rinde culto al poder convendría rescatar a la autoridad, que sólo se puede conseguir mediante el esfuerzo y el mérito.
Se entiende claramente que es más fácil y más divertido perseguir el poder, pero resultan mucho más útiles a la sociedad quienes optan por la autoridad. Y estropean menos cosas.

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