miércoles, 15 de mayo de 2013

El canalla y el perro

Al pasar por el lado de un parque, he visto a lo lejos, a un hombre que jugaba con un perro. La idea que me ha venido a la mente es esa, la del canalla y el perro. Y, sin embargo, lo más probable es que ese señor sea una bellísima persona.
Independientemente de eso, los canallas existen. Y cuando se mueren es posible que vaya gran cantidad de gente al entierro. Es que esas personas que van no creen que haya muerto. Los canallas, a menudo, parecen inmortales para sus víctimas. Las han que se pasan la vida sufriendo canallada tras canallada, sin poderse defender, y cuando su verdugo muere no pueden creer que sea cierto. Y van al cementerio a comprobarlo. Y ni siquiera así. Cuando al día siguiente no llega la canallada de costumbre su primer pensamiento es que se ha acabado el mundo. Y el segundo, disfrutar de la felicidad antes de que otro canalla ocupe el puesto del muerto.
Los perros no son así, claro. Hay un dicho al que se adaptan muchas personas: Hacer como hacen no es pecado. Y si ven que lo hacen muchos es buscar la fama y el dinero, buscan la fama y el dinero, y a menudo la encuentran. Un perro, por el contrario, es fiel a sí mismo, independientemente de lo que haga su entorno.
Tuve una perra (quizá yo sea un canalla, aunque no tengo fama ni dinero). Era pequeñita. Pesaba dos kilos y medio. En sus últimos tiempos era sorda y ciega. No le importaba nada. Era feliz. Lo único que quería es que la acariciaran. Cuando necesitaba algo, le bastaba un ladrido para conseguirlo.
Dicen que la meta humana es la felicidad. Y no la podemos conseguir y resulta que los perros son felices. Por lo menos se sabe que hay perros que son felices.
Los dioses nos han enviado a los perros para que nos guíen. Ya guían a los ciegos. ¡Pero es que todos estamos ciegos!

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