viernes, 11 de julio de 2014

Un partido de tenis de mesa

 
 
Se enfrentaban los dos mejores jugadores del pueblo. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía un juego espectacular, muy vistoso para el espectador. Obligaba a jugar lejos de la mesa con pelotazos fuertes que buscaban las líneas del fondo. Este modo de jugar permitía también dar efectos variados a la bola.
El pobre, por su parte, jugaba en corto. Hacía saltar la pelota a un palmo, o palmo y medio de la red, como mucho. A veces se podía dar efecto a la bola, pero al jugar tan rápido muchas veces no se podía. En este tipo de juego era capaz de devolverlo todo.
Yo era el único espectador, quizá por la hora en que jugaban, o por cualquier otra circunstancia. Ya hace muchos años de eso.
Comenzó el partido y el rico impuso su forma de juego, espectacular y dominante, e incluso hipnotizante, pues su rival no podía contener la avalancha de pelotazos que se le venía encima, a pesar de que ponía todo su empeño.
Se acercó a mí y me dijo: Che, no puedo con él. Prueba a jugarle en corto y verás, le respondí. Fue decidido hacia su sitio y me hizo caso. Las tornas cambiaron. Ahora el que se las veía negras era el rico, que acabó recibiendo una paliza, un tanteador en contra escandaloso. El pobre se me volvió a acercar y me dijo: ¿Has visto como le he jugado en corto y le he ganado?, como si hubiera sido idea suya. Le dije que sí, que había sido una suerte para él que se diera cuenta.
¿Para qué tenía que decirle más? El agradecimiento es propio de los espíritus selectos. Un patán ni siquiera se da cuenta de que le han hecho un favor, o que se han sacrificado por él. Para un patán la culpa es de los demás, o de la suerte, cuando algo le sale mal; y el mérito es suyo por completo, si logra algún éxito.




1 comentario:

Joana Sánchez dijo...

Este partido en forma de artículo me resulta de lo más apropiado en estos momentos. El mensaje lo podemos trasladar a tantos ámbitos... ¡Me encantó!