Se
enfrentaban los dos mejores jugadores del pueblo. Uno era rico y el
otro pobre. El rico tenía un juego espectacular, muy vistoso para el
espectador. Obligaba a jugar lejos de la mesa con pelotazos fuertes
que buscaban las líneas del fondo. Este modo de jugar permitía
también dar efectos variados a la bola.
El
pobre, por su parte, jugaba en corto. Hacía saltar la pelota a un
palmo, o palmo y medio de la red, como mucho. A veces se podía dar
efecto a la bola, pero al jugar tan rápido muchas veces no se podía.
En este tipo de juego era capaz de devolverlo todo.
Yo
era el único espectador, quizá por la hora en que jugaban, o por
cualquier otra circunstancia. Ya hace muchos años de eso.
Comenzó
el partido y el rico impuso su forma de juego, espectacular y
dominante, e incluso hipnotizante, pues su rival no podía contener
la avalancha de pelotazos que se le venía encima, a pesar de que
ponía todo su empeño.
Se
acercó a mí y me dijo: Che, no puedo con él. Prueba a jugarle en
corto y verás, le respondí. Fue decidido hacia su sitio y me hizo
caso. Las tornas cambiaron. Ahora el que se las veía negras era el
rico, que acabó recibiendo una paliza, un tanteador en contra
escandaloso. El pobre se me volvió a acercar y me dijo: ¿Has visto
como le he jugado en corto y le he ganado?, como si hubiera sido idea
suya. Le dije que sí, que había sido una suerte para él que se
diera cuenta.
¿Para
qué tenía que decirle más? El agradecimiento es propio de los
espíritus selectos. Un patán ni siquiera se da cuenta de que le han
hecho un favor, o que se han sacrificado por él. Para un patán la
culpa es de los demás, o de la suerte, cuando algo le sale mal; y el
mérito es suyo por completo, si logra algún éxito.
1 comentario:
Este partido en forma de artículo me resulta de lo más apropiado en estos momentos. El mensaje lo podemos trasladar a tantos ámbitos... ¡Me encantó!
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